Relataba un hombre todavía joven:
Quise darle a mis hijos lo que yo nunca tuve, entonces comencé a trabajar catorce horas diarias.
No había para mí, sábados ni domingo; consideraba que tomar vacaciones era locura o sacrilegio.
Trabajaba día y noche y mi único fin era el dinero, no me paraba en nada para conseguirlo.
¡Quería darle a mis hijos lo que yo nunca tuve!
Lo interrumpió alguien:
– ¿ Y lograste lo que te propusiste?
– ¡ Claro que sí !… Contestó el hombre.
Yo nunca tuve un padre agobiado, hosco, siempre de mal humor, preocupado, lleno de angustias y ansiedades, sin tiempo para besarme, acariciarme y jugar conmigo o darme un consejo cuando más lo necesitaba.
Ese es el padre que yo les dí a mis hijos.
¡Ahora ellos tienen lo que yo nunca tuve!